viernes, 17 de octubre de 2008

Análisis de la obra “El Viajero” de J. J. Saer.

Análisis literario I
Profesoras: Laura Wallovits y Mariana De la Penna.
Análisis de la obra “El Viajero” de J. J. Saer.



En “El viajero", aparece un movimiento cíclico que tiene como centro la conciencia de un personaje perdido en una tierra imposible: la llanura pampeana se vuelve un “…horizonte circular…” mientras que la lluvia y el fuego acompañan el trayecto del viajero hacia una sublime ausencia: “no dejó ni rastros de su viaje”.
Se denotan oposiciones y anhelos en el exilio del personaje, lluvia y fuego (mencionados anteriormente) la idea de ciudad (Londres) con la que sueña el viajero y la llanura pampeana con su nada inconmensurable. Hay una metáfora del tiempo que acompaña a la construcción circular con que se desarrolla la prosa, el vidrio del reloj roto con esa atemporalidad con que prosigue su búsqueda del salar… Apenas variaciones en las palabras o mejor dicho en la posición de las palabras que dan la idea de lo cíclico: “…los cabellos color zanahoria…” y mas adelante “…los cabellos rojos color zanahoria” se fundirán en “…pelirrojo y gentil con la razón…”; “Amaneció” luego se convierte en “…se despertó inmóvil…”; El exilio es la marca crítica que atraviesa el relato (recuerdo constante y añoranza del sujeto en el contexto de ciudad) y el conquistador conquistado por una naturaleza inacabable es la problemática narrativa que adopta el uso mismo del lenguaje como una metáfora clara que da lugar a la reflexión con cierta intencionalidad. La palabra propiamente dicha, se insinúa repetitiva: relativiza y borra lo que cuenta, como en un juego que demanda al lector un esfuerzo similar al que se relata.
La sensación nietzscheriana de “el eterno retorno de lo mismo” es lo que extingue al personaje en constante movimiento con su ilusión en la aproximación a un punto lejano en el infinito, pasando siempre por el mismo lugar como noción de punto fijo (el montón de cenizas), considerando así, el vigor ilusorio de lo aparente con lo desesperante de lo real. La idea de extinción también se presenta en la forma en que la prosa se manifiesta… espacios entre palabras que se van prologando a medida que el personaje se va apagando, funcionan como si fueran estrofas de un poema, la gran mayoría breves y en algunos casos, con espacios en blanco que refieren a la agudeza de la situación de angustia e incertidumbre del personaje en torno al espacio. Se imponen, no obstante, cortes que al provocar un quiebre en el fluir del relato nos derivan a la problemática de la producción y recepción textual. Esta última apreciación, es un claro ejemplo de la diversidad para el sentido narrativo y de cómo funcionan los procedimientos formales cuando se independizan de la temática central.
El tratamiento temporal va a dar como resultado una tensión entre el tiempo en que el protagonista vagabundea perdido en la llanura -mencionado de cinco días recién en el quinto párrafo- y la lectura que hacemos rastreando a qué momento corresponde cada segmento narrativo. Llevando adelante la analogía, es como si estuviéramos embarcados en una especie de búsqueda cronológica entre los usos verbales y las peripecias de la aventura; de la misma manera en que el protagonista necesita encontrar los puntos cardinales, nos movemos entre pretéritos y el muy escaso presente. Cielo, horizonte, llovizna, pajonal: elementos de esa naturaleza eterna, cíclica, que es siempre resistencia a la mirada, a la percepción, a la contemplación. Pero la resistencia y la derrota también son para la lengua, el recuerdo insistente de esa ciudad que contrasta con la atmosfera que enmarca el momento. Los pajonales, abriéndose y cerrándose en chasquidos, pertenecen y designan esa espesa selva de lo real que destruye. Del viajero no hay rastro.

También hay una situación particular frente a la forma en que se traza la descripción: La representación de lo que se alcanza a ver, dentro de los límites de la mirada que a su vez tiene fronteras -sin olvidar los vidrios del entremedio- instaura la instancia descriptiva. Este resto posible es lo que asume la voz enunciadora. Y todavía menos: la desconfianza lúcida en relación al poder del lenguaje hace que proceda con indicios, con aproximaciones sucesivas, que terminan produciendo un acto reiterativo.
Leves metamorfosis de lo descriptivo, perturbaciones, comparaciones imposibles, anhelos del sujeto, ritmos que se desaceleran y atribuciones inseguras, provocan extrañeza y dan cuenta de una percepción sofocante. A la vez, se manifiesta el rigor formalista que hace posible y certera a la escritura y a su efecto en la lectura.

El discurso descriptivo retrasa el tiempo del discurso de la narración, porque lo que interesa realmente es esa densidad e incertidumbre de la conciencia que percibe, así como la resistencia que opone lo percibido. Cuando la imaginación del personaje aparece, resulta simultánea y superpuesta al acontecimiento cíclico del que forma parte y todo retorna al mismo lugar hasta el final.


Gastón Acevedo Gayraud

1 comentario:

Unknown dijo...

Podrían decirme similitudes del cuento el viajero de saer con el cuento miel silvestre de Quiroga?